El inicio del Porfiriato
El general Porfirio Díaz se hizo cargo del poder ejecutivo en mayo de 1877, después de triunfar en las elecciones a las que había convocado Juan N. Méndez como presidente interino. En esta primera gestión administrativa, Díaz procuró apegarse a las normas legales y al principio de no reelección que lo había llevado al poder y que fue incluido en la Constitución, en el artículo 78: «El presidente entrará a ejercer su encargo el 1 de diciembre y durará en él cuatro años, no pudiendo ser reelecto nuevamente hasta que haya pasado igual periodo, después de haber cesado en sus funciones».
República Restaurada, y a ellas se habían sumado las facciones lerdistas e iglesistas contra las que había luchado la revolución de Tuxtepec. Había además una rivalidad entre los viejos liberales de la etapa anterior y los jóvenes de ideas nuevas que deseaban desplazarlos. La unión de aquellos elementos desiguales era imprescindible para el presidente Díaz a fin de alcanzar la ansiada estabilidad política del país, condición necesaria para llevar a cabo la reforma económica, planeada pero no lograda por los gobiernos de Juárez y de Sebastián Lerdo de Tejada.
Protasio Tagle y Justo Benítez habían realizado una serie de maniobras para colocar en el poder a Porfirio Díaz, al grado que algunos de sus seguidores propusieron que se permitiera por una sola vez la excepción al postulado de no reelección. El presidente declaró que jamás admitiría ser reelecto, pues eso iría en contra del espíritu que hizo triunfar a la revolución de Tuxtepec.
La negativa de Díaz a aceptar la reelección dejó el camino abierto para los aspirantes a la presidencia, entre ellos Justo Benítez y el general Manuel González, amigo del presidente y su más cercano colaborador. Benítez era el candidato más fuerte, pero también el más desacreditado.
Política exterior
Francia, España e Inglaterra, y con las naciones que reconocieron al Imperio de Maximiliano. Esa ruptura persistía en 1877, y formaba parte del cúmulo de problemas que Díaz heredaba de sus predecesores.
La cuestión más delicada se centraba en el hecho de que Estados Unidos había suspendido las relaciones diplomáticas con México al caer Lerdo y ascender Díaz al poder, lo cual significaba que el Gobierno estadounidense no reconocía al nuevo presidente mexicano.
Zamacona invitó a varios empresarios de la ciudad de Chicago a visitar la República
Mexicana, con la intención de que se percataran de la abundancia de recursos naturales del país y lo consideraran como un mercado potencial para sus productos. Se buscaba además que los empresarios extranjeros comprobaran que el Gobierno mexicano no estaba constituido por una «partida de asesinos», como les habían hecho creer sus autoridades.
González y sucederlo en la presidencia. Las fuertes críticas obligaron a Díaz a renunciar a su puesto y aceptar la gubernatura de Oaxaca que se le ofrecía, cargo que desempeñó hasta 1883, cuando se retiró a la vida privada. Pero habría de regresar a la capital al acercarse el tiempo de la sucesión presidencial.
Desde los primeros meses el gobierno de González había empezado a adquirir características propias, aunque siempre dentro de la línea marcada por su antecesor.
El panorama político en este año no ofrecía perspectivas satisfactorias respecto de la sucesión presidencial. De los candidatos que habían figurado en las elecciones celebradas cuatro años antes, no quedaba uno solo que hubiera mantenido su prestigio político o que conservara sus aspiraciones a la presidencia, y aquellos que habían estado cerca de González durante su gobierno, carecían de personalidad propia.
Desde los primeros meses el gobierno de González había empezado a adquirir características propias, aunque siempre dentro de la línea marcada por su antecesor.
El panorama político en este año no ofrecía perspectivas satisfactorias respecto de la sucesión presidencial. De los candidatos que habían figurado en las elecciones celebradas cuatro años antes, no quedaba uno solo que hubiera mantenido su prestigio político o que conservara sus aspiraciones a la presidencia, y aquellos que habían estado cerca de González durante su gobierno, carecían de personalidad propia.

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